Yo tendría 13 o 14 años, no estoy muy segura, era una adolescente desgarbada, usaba unas monturas de carey muy gruesas y los brackets le daban un brillo especial a mi sonrisa. Junto a otras amigas, pasábamos tardes enteras en la puerta de la famosa Casa Dasso en Barranco después del colegio, babeando por Fabricio Aguilar y Renato Rossini, e intentando tomarnos unas fotografías con Gianella Neyra y Daniela Sarfaty.
Entonces no creía que esa vida, de cámaras, de luces, de micrófonos, sería en cierto modo, mi vida. Han pasado más de 10 años, ahora trabajo en un canal de televisión, y aunque estoy en prensa, es inevitable cruzarme a diario con las estrellas en los pasillos, saludarlos respetuosamente, y hasta convertirme en su amiga.
Lejos de lo que se pueda pensar, no me provoca ningún sentimiento en especial, es decir, son personas como cualquiera: comen, duermen, cagan y hacen el amor. Aunque tienen un trabajo arduo, pues si bien el tiempo ha pasado, en la puerta del canal siguen apareciendo cientos de "pamelitas y sus amigas" que esperan horas por una foto y un autógrafo. Las colas que se forman en los exteriores suelen ser kilométricas, ruidosas, y a veces incontrolables. Y esas estrellas, no dudan, por voluntad u obligación artística, tomarse un par de minutos para satisfacerlas.
Ahora que trabajo "en la tele" trato de entender porqué esa fascinación por esos pequeños figurines que aparece dentro de la cajita. A mí no deja de sorprenderme porque nosotros, los reporteros, haciendo una que otra presentación en cámara, conseguimos suficiente notoriedad, que el público nos reconoce en la calle, nos llama por nuestros nombres, y alguna vez nos pide una dedicatoria. Me da un poco de pena pues no creo que lo merezca tanto.
Los autos del canal no son muy grandes, son sencillos toyotas yaris de hace un par de años, color azul oscuro, y los logotipos de las puertas tampoco son muy ostentosos, pero cuando estoy camino a una comisión, y quizás paso por un colegio como al mediodia, no es raro escuchar cientos de voces de niños gritando "MIRA MAMAAAAAA, AMERICAAAAAAAAA!!!", cosa que no ocurre por ejemplo con una camioneta de Sedapal.
Pero felizmente, la exposición no es tan grave, es decir, aún creo que puedo ir al mercado de Barranco a hacer mis compras dominicales sin necesidad de usar una gorra de ala ancha y un par de lentes oscuros ridículamente grandes, usar ropa de Gamarra y comerme un ceviche en una carretilla.
No sé si en algún momento alcance la notoriedad que otros periodistas tienen. Tampoco sé si la quiera. Por ahora no la necesito.
No sé si en algún momento alcance la notoriedad que otros periodistas tienen. Tampoco sé si la quiera. Por ahora no la necesito.