Las paredes de la casita solían ser las sábanas recien lavadas que mamá colgaba en el patio, el menú no era muy variado: ensalada de pastito y torta de chocolodo. Después del juego mamá no sabía de qué renegar primero, si de sus sábanas sucias, de su jardin destrozado, o de mi estómago flojo.
Dicen algunos psicólogos que los juegos infantiles suelen influir en la elección del futuro profesional, y la casita era el juego más popular entre mis pequeñas amigas y lo jugamos por muchos años, pero lo único que en mí marcó fueron mis nulas habilidades culinarias.
No recuerdo nunca haber jugado a ser periodista, de niña mi sueño era ser aeromoza, y lo hubiera sido de no ser por dos problemitas, acrofobia y dos vacacionales sucesivos en inglés, la paradoja de esto es que como reportera son dos cosas que ahora asumo con mucha naturalidad y fluidez.
Debo reconocer que mi colegio tuvo una gran influencia en mi decisión, pese a ser militar, tuve profesores que me inculcaron el espíritu periodístico y me ayudaron a transformar esos cursis poemas de amor adolescente en verdaderos textos con contenido coherente y consciente; claro, escribía huevadas del colegio, pero escribía, en un pequeño periódico escolar que dejó de publicarse cuando me gradué en el 96, ojalá lo hayan retomado; aunque ese mismo año se aprobó el ingreso de mujeres a las Fuerzas Armadas y estuve seriamente tentada, pero papá Don General se encargó de extirpar el cáncer antes de que se extienda.
Hubiera tenido éxito? No son pocos los periodistas sadomasoquistas que en algún momento se han cuestionado si quizás debieron dedicarse a algo menos estresante, especialmente cuando no se avanza tan rápido y lejos como se quisiera. Y es que en periodismo, los criterios que determinan un ascenso son tan variados, extraños, y a veces poco justos.
Veamos lo que les sucedió dos conocidas mías, María Julia Hansburger De La Viña y De La Barra, y Anita García, Ambas son reporteras. Mientras Maju (así le gusta que le digan, porque a sus amigas de Eisha, Coca, Mafer, Anacé y Maite, les es más fácil de recordar) se ve privilegiada por su largísimo e impronunciable apellido, Ana debe escribirlo con mayúsculas para diferenciarse de las otras 5623 que deben estar registradas en RENIEC. Además debe gastar varios soles al mes si quiere igualar los lacios dorados con los que la naturaleza premió a Maju.
Para llegar a ser reporteras, Maju y Anita recorrieron caminos distintos; los influyentes y adinerados papás de Maju la enviaron a estudiar a una muy cara y reconocida universidad de Santiago de Surco, mientras que los de Ana hicieron un enorme sacrificio para mantenerla en otra de Surquillo. Maju sólo debía preocuparse por el tráfico desde La Planicie por la Raúl Ferrero hasta el óvalo de la Javier Prado, y cuidarse de no rayar su Suzuki Grand Vitara al momento de estacionar. Ana se comía un trip de una hora y media en combi desde La Perla y luego corría a clase, pues una tardanza más ponía en riesgo su media beca.
Maju quizás no terminó la universidad con grandes sobresalientes, era un estudiante aceptable con mucho potencial pero poca determinación para darse cuenta, así que papá hizo unas cuantas llamadas y le consiguió unas prácticas en el canal de televisión de más alto rating; las mismas que a Anita le costaron días de pie en la puerta de la oficina de Recursos Humanos.
Pero Ana sí que era determinada, y luego de 6 meses de ser la portapliegos de la asistente del auxiliar de informaciones, de contestar el teléfono, de transcribir cientos de cintas, y a cambio no recibir ni las gracias... logró convencer al Director que tenía madera de reportera; claro, comenzó en el turno más inhumano, la madrugada, pero le sirvió para ganar la experiencia que hoy ostenta y sus jefes aprecian.
La suerte que le tocó a Maju no fue distinta, aunque para lograrlo se esforzó mucho menos, sus jefes vieron en ella OTROS atributos; sí, era un lomazo y tenía un potencial digno de ser explotado; además, para desgracia de sus compañeros, le encantaaaaaaaba hacer lo que por dignidad, otros no querían hacer, aunque le demandara horas de más y amigos de menos, así que la lanzaron a cubrir informaciones. Por supuesto que la cagó un par de veces, como aquellas en que, en vivo y en directo, confundía los cargos de los políticos, o cuando siempre empezaba sus textos sobre niños en desgracia con "Era un inocente angelito...", nada que una sonrisita no pueda solucionar, pero a la larga aprendió.
Sí, ya sé que son algo tirados de los pelos, pero los esteorotipos son bastante útiles para ilustrar situaciones que algunas veces, en momentos de angustia, me hacen recordar aquellos sueños infantiles y me pregunto, cuánto mejor me hubiera ido como Chef, Flyhoster o como Oficial del Ejército?. Y a ti, periodista sadomasoquista, qué otra profesión te hubiera gustado estudiar?