Hoy su rostro, aunque frío y con el gesto petrificado, parecía sonreir, era el azul más hermoso que había visto jamás. Ese río que suele discurrir sin orden, ahora interpretaba una armoniosa danza, dibujando en su camino finas líneas de un intenso carmín, e invadía el ambiente con un aroma nunca antes más agradable. Y las miradas lo contemplaban, ya no con horror, sino con curiosa admiración.
Mi primer día de trabajo después de unos merecidos 30 días de descanso, pese a que me dio la bienvenida, como para recuperar la costumbre, con un muerto atropellado, tuvo una sensación diferente. Quizás hayan sido las energías recuperadas tras 11 meses de estrés. Haberlo disfrutado tanto me hace aún más sadomasoquista, me preocupa.
Pero estoy segura que no pasarán muchos días antes de recuperar mi viejo pesimismo. Para el lunes, todo volverá a ser la misma porquería.