miércoles, 21 de enero de 2009

Policías asesinados en Chiclayo

Quizás este vaya a ser uno de los peores post que escriba, porque no estoy pensando, y pese a que mi casa está silencio, no puedo dejar de escuchar las balas, los gritos, los lamentos, los reclamos indignados... sobre estás líneas se superponen las imágenes de aquellos policías con los ojos rojos de rabia, llorando por sus colegas muertos, impotentes ante los disparos que venían de ningún lado y de todos a la vez, intentando inútilmente contener la sangre que a borbotones brotaba del estómago del suboficial Hidalgo, y observándo horrorizados como caía sin vida el suboficial Peralta. Mientras rebobinaba una y otra vez la cinta que nos envío nuestra corresponsal de Lambayeque, sentía como mis ojos se iban enjugando, no me importó estar sentada en medio de la redacción, no me importó que mientras decenas de miradas comentaban con indiferencia los que se veía y oía, la mía dejara escapar las lágrimas. No sé si alguien se dio cuenta, me levanté, me fui al baño, y lloré. Hace mucho tiempo, no me conmovía un hecho tan sangriento como la muerte de los 2 agentes de la DINOES. No sé que más decir, no sé si eran buenos o malos hombres, solo sé que estuvieron allí para cumplir con su deber, que confiaron en lo que les dijeron sus superiores, que soportaron con firmeza las difíciles circunstancias que les tocó vivir, que están muertos, que sus cuerpos ya son velados por sus familiares, que las autoridades se echan la culpa unas a otras, que les rendirán un homenaje, que los ascenderán, les otorgarán una medalla, y que seguramente me enviarán a cubrir su sepelio, y trataré de soportar con la misma firmeza el dolor que ahora me causa escribir estas líneas.