El día empezó a las 4 de la mañana; bueno, en realidad empezó la noche anterior a las 11, cuando daba vueltas en mi cuarto pensando cuál de los 2 únicos sastres que tengo me iba a poner, y no es que haya gran diferencia entre ambos grises. Para cuando acomodé mis cosas, ya sólo me quedaban 3 horas para dormir.
Mi posición en la transmisión especial: Palacio de Gobierno, el punto de cobertura más aburrido. En teoría no iba a estar conectada a las microondas, así que no me preocupé por la inmensa cola de reporteras y conductoras que aguardaban ser peinadas y maquilladas, y preferí usar ese tiempo para sacar información útil de Internet, tomar desayuno y salir a las 5 de la mañana con dirección a la Plaza de Armas, un exceso de previsión pues las puertas de Palacio para los periodistas no se abrían hasta las 7, así que estuve esperando de pie y congelándome casi 2 horas.
Cuando nos acreditaron para las actividades por Fiestas Patrias, nos pidieron copia hasta de las partidas de bautizo de nuestros abuelos, pero al final, las credenciales fueron simples cartones enmicados sin foto ni nombre, pero tan intransferibles como esta comisión. En la recepción de Palacio nos dieron las mismas acreditaciones de siempre, y ya me sentía como atleta olímpica, cargada de condecoraciones con al menos 4 fotochecks en el cuello.
No estaría conectada a la microonda, pero siempre existe aunque remota, una posibilidad, asi que me sometí a la autotortura de la sesión que tanto detesto y por los silbidos, sospecho que no me quedó tan mal. A partir de ese momento solo restaba hacer lo que los periodistas sadomasoquistas hacemos el 70% del tiempo: ESPERAR. Mis otros colegas salieron en vivo al menos una vez, y ahí estaba, toda linda yo, ahuesándome en el Patio de Honor.
La pasividad se rompió cuando Alan García hizo su aparación en la puerta de Palacio y su enormidad le hizo perder el paso. Era mi primera oportunidad para salir en vivo, pero se desvaneció a medida que el Presidente llegaba a la reja de salida. Aproveché la Misa y Te Deum para dormir lo que no dormí anoche, mientras escuchaba los flashes de los simpáticos colegas que con sus cámaras registraban a quienes caímos rendidos a los brazos de morfeo, que no fuimos pocos.
García y su esposa llegaron de la catedral y con ellos mi segunda oportunidad para engancharme a la transmisión, me pongo el retorno de audio en el oído, cojo el micrófono y espero... pero el presidente entra nuevamente sin que yo pueda decir palabra alguna. Me resigné al anonimato patriótico, los siguientes eventos transcurrieron de la misma manera.
Con el inicio del Mensaje a la Nación ya podía relajarme, debí llevar un libro para pasar el rato y dejar de pensar que ya tengo 10 horas en pie y esto aún no termina. El gran final: El Saludo Protocolar, quizás la parte más ridícula de todo el evento, una interminable fila de funcionarios tratando de aprovechar los 5 segundos que dura el apretón de manos para sintetizar sus pedidos, quejas o felicitaciones.
Es más de las 2 de la tarde y yo en la cabeza tengo lo que me falta en el estómago: ALMUERZO, y ruego que en canal me hayan guardado aunque sea una alita del pollo que normalmente piden en estos casos. Fue mucha tensión para una jornada poco productiva. Sé que no me viste, pero mamá, te juro que sí trabajé en 28.