miércoles, 25 de marzo de 2009

Silencioso espíritu de cuerpo

Para algunos era un gran amigo, para otros un excelente profesional, pero para el resto de peruanos era un conductor más que se estrelló en la traicionera Panamericana Sur, su nombre: Alvaro Ugaz Otoya. Informar sobre su muerte tuvo la cuota adicional de que se trataba de un colega periodista.

Algunos de sus ex compañeros de RPP, radio en la que desarrolló casi toda su carrera periodística, me pidieron tratar el tema con respeto, lo que hizo preguntarme ¿con cuánto más respeto? ¿más que el que le ponemos a otras notas sobre accidentes de tránsito? ¿es que acaso el hecho de ser un colega lo hacía distinto?

El estado en el que quedó la camioneta de Alvaro es evidencia del estado en el que él se encontró, y no sé que decía el parte policial de la Comisaría de Lurin, no sé que tan rápido iba, no sé si lo venció el cansancio, o si algo de alcohol disminuyó sus reflejos. Me tocó revisar el kolómetro 27 de la Carretera Panamericana Sur, solo encontré un par de huellas de llantas, las que había dejado un tercer auto que al ver la camioneta de Alvaro chocada, frenó en seco para evitar otra colisión. Pero el auto del periodista no dejó una sola marca en el pavimento, nunca frenó. El impacto más grande - el que después de dos días de agonía, acabó con su vida - estaba del lado del conductor, y tengo entendido, que en condiciones normales, cuando un conductor advierte un peligro, tiende a girar el timón hacia la izquierda, como un natural instinto de supervivencia ¿por qué Alvaro giró hacia la derecha, por qué forzó la colisión en la dirección que indudablemente lo mataría? Quizás Italo Uribe, el periodista que lo acompañaba como copiloto y que sobrevivió al accidente, pueda saber que sucedió realmente, pero hasta ahora ningún medio se lo ha preguntado.

Sé que pensarán de mí lo peor por cuestionar, justo en estos momentos, las circunstancias de lo sucedido, pero si no lo hiciera, dejaría de ser periodista, y perdería la objetividad, como aquellos que, olvidando que fue un hecho fortuito, buscan un culpable, y creen haberlo encontrado en el chofer del camión de pollos que tuvo la osadía de bloquear el raudo camino de la camioneta. Dijo que no se detuvo porque creyó que eran asaltantes que pretendían robar la carga, que reparó el daño en el parachoques para evitar ser detenido en los controles de Tolerancia Cero, que no se enteró que su vehículo estuvo involucrado en la muerte del periodista hasta el día siguiente. Sí, su versión es extraña, pero es su versión, y tiene todo el derecho de que no se le trate como a un delincuente. Nadie lo dice, o nadie quiere decirlo, y tuve la amarga impresión de estar percibiendo esa hipocresía, ese espíritu de cuerpo que le llaman, y que tantas veces hemos criticado, por ejemplo cuando los policias se cubren unos a otros.

Para mi Alvaro no fue ese amigo tan cercano que fue para otros, y cómo lo siento. Fue un periodista al que le tuve mucho respeto por su profesionalismo y de quien solo escuché muy buenas cosas, aún antes de este desafortunado evento, y al igual que todos los colegas, oré por un milagro, que lamentablemente nunca llegó. Quizás haya sido lo mejor, lo comentarios de los médicos no eran muy alentadores, y es mejor recordarlo como era en vida. Mi más sentido pésame, para todos aquellos que lo quisieron DE VERDAD, incluso en sus momentos más difíciles. Adiós Alvaro.

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