jueves, 11 de junio de 2009

La peor comisión de todas: Esperar

El día fue espectacular, hubo mucha acción en el Centro de Lima, cientos de personas marchando, policías tratando de controlar la situación, tráfico, gas lacrimógeno, y en medio de todo los periodistas, al pie del cañón, siendo testigos y a la vez protagonistas... lo que hubiera dado por estar ahí.

Recién egresados de la escuela/facultad, los periodistas salimos con el entusiasmo al máximo, capaces de enfrentarnos a las más difíciles circunstancias, deseosos de vivir aventuras emocionantes que luego convertiremos en crónicas llenas de adjetivos, con ganas de emular a los grandes: Oriana Falacci, Ryszard Kapuscinski, Gabriel García Márquez...

Pero, entérense de una vez futuros colegas, si bien es cierto tenemos memorables momentos de adrenalina, el 80% de nuestro trabajo es esperar... Así es, mientras algunos de mis compañeros - aunque digan que no - la pasaron genial en la marcha de protesta contra los sucesos en Bagua, yo estuve toda la mañana apostada en la Embajada de Nicaragua, esperando alguna novedad sobre el asilo que solicitó el dirigente amazónico Alberto Pizango.

Para un periodista, acostumbrado a ir de una comisión a otra en un solo día, esperar puede ser contraproducente. Esperar nos convierte en soldados nerviosos que les disparamos a todo lo que se mueve, es decir, ante cualquier situación que perturbe la calma, reaccionamos. Cada persona que se acercaba a la puerta de la embajada, por más inocente que pareciera, era brutalmente abordada por una horda de periodistas hambrientos de información. Casi siempre eran simples mensajeros o empleados asustadizos.

De otro lado, esperar por tiempos prolongados también vuelve al periodista un perezoso despistado, y adormecido por el aburrimiento, vencido por la rutina, puede dejar pasar, en sus narices, el que hubiera sido el dato más importante del día.

Es el riesgo, y los periodistas lo sabemos, por eso odiamos tanto las esperas. Sin embargo a su favor debo decir que la incertidumbre, ese no saber qué puede ocurrir, le da a nuestro trabajo el justo grado de expectativa para reaccionar adecuadamente ante lo inesperado.