lunes, 19 de noviembre de 2007

Los muertitos

Sé que es vergonzoso admitirlo pero la principal y más rentable fuente noticiosa de estos tiempos son los muertos, pero lo más lamentable aún es que el rating no lo desmiente, es un círculo vicioso que espero algún día los periodistas podamos romper.

Los he visto golpeados, aplastados, quemados, algunos hasta carbonizados, atropellados y desparramados, seccionados, ahogados e hinchados, baleados, acuchillados, asfixiados, mordidos, envenenados, explosionados, estrangulados, congelados... no, no, no, no soy agente de Finisterre, pero creo que ya alcancé la calificación adecuada por si algún día decido cambiar de rubro.

Cuando era estudiante, mis maestros se esforzaban por inculcarme valores como la ética periodística, el respeto a la privacidad, el rechazo al sensacionalismo; nunca me prepararon para tanta sangre, y muchas veces, sus valiosas lecciones se van por la borda.

No recuerdo cuando vi mi primer muerto, pero lo gracioso es que no recuerdo cuando fue el último, y es que son tantos, una vez quise contarlos, pero un colega mucho más experimentado que yo me recomendó no hacerlo o me iba a volver loca.

Los casos han sido memorables, impactantes, algunos conmovedores, otros irrelevantes, clásicos o bizarros. Seguro quieren que les cuente alguno, bueno, bajo su propio riesgo.

Quizás el más chocante que mi memoria me permite evocar es un NN que murió atropellado en la Panamericana Sur, esas muertes son muy feas, feísimas, pero no indescriptibles, para eso estamos los periodistas. El tipo debió ser un imprudente de esos que cruzan la carretera a dos metros del puente peatonal, lo hizo de madrugada, el primer conductor que lo arrolló quizás se dio cuenta, pero no se quedó para tener la certeza, el segundo habrá pensado que era un perro, al tercero, cuarto y quinto ya ni les preocupó. Cuando salió el sol en el manana... el kilometro 23 y medio estaba decorado con un lindo color carmín pálido (el que se obtiene de mezclar sangre con sesos), las partes del caballero en cuestión habían quedado esparcidas en unos 50 metros de asfalto, los policías tuvieron que cerrar dos carriles para que ningún conductor siga haciéndoles más difícil el trabajo; la verdad es que sentí pena por ellos cuando se vieron obligados a pedir prestada una lampita de esas que se usan para tarrajear paredes. Hasta ahora no sé si lo llegaron a identificar.

Sin embargo, verlos frescos no es tán penoso como ir a sus velorios, el ritual es siempre el mismo, luego de pedir permiso a la familia, es más fácil cuando fueron víctimas de un asesinato o un accidente provocado por un tercero, entrevistamos a los familiares más cercanos, a los amigos, a los testigos, pedimos fotos de quien en vida fue, si tenemos suerte hay un video de algun cumpleanos, se hacen imágenes de las flores, las velas, la ropa, el cajón y listo.

El cajón; confieso que pese a haberlos visto en condiciones terribles, nunca he sido capaz de acercarme a un cajón, sé que no tiene lógica, pero echar un ojo dentro del ferétro es algo que va más allá de mis límites profesionales y personales. Que de donde viene ese recelo? No lo sé, pero hasta ahora mis suenos no se han visto perturbados por alguna visión macabra, supongo que la costumbre ha endurecido mi sensibilidad. Es una pandemia entre periodistas.